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Ritual funerario en Euskal Herria

Ritual descrito y analizado por Jon Eguidazu (2020).

Espanya, País Basc

Variable

Mort, Dol

Ritual funerario en Euskal Herria

Breu Descripció

Hoy en día solo perduran ciertos aspectos del ritual funerario tradicional vasco. Entre los más importantes está la organización de la sociedad rural vasca, condicionante a tener en cuenta para comprender el comportamiento de la población durante el ritual.

Categories descriptives

Funeral, muerte, mundo rural, luto.

Descripció etnogràfica

El ritual funerario en Euskal Herria empieza antes de que ocurra la defunción. Así pues, cuando una persona está en el lecho de muerte, se llaman a los parientes –próximos y lejanos– y a los vecinos (auzokoak), para que acudan a la baserria –caserío. Es la mujer de la casa –etxekoandrie– quien recoge los regalos que traen las visitas y ofrece refrescos. Además, los vecinos más próximos, se encargan de avisar al párroco para que realice la extremaunción, al ayuntamiento para registrar la muerte, al carpintero para que prepare el ataúd, … Así pues, son los vecinos quienes ayudan al grupo doméstico en casos como éste. La mujer de la casa limpia la habitación, cambia las sábanas, y coloca una vela bendita en el cabezal de la cama o en la mesita de noche, para que cuando llegue el sacerdote pueda confesar el moribundo y ungir su cuerpo con los santos óleos.

Cuando fallece la persona, las campanas de la iglesia anuncian la muerte. La mujer de la casa –junto con otras mujeres– prepara el fallecido: lo limpia –el agua utilizada se hierve junto con especias y se usa para lavar el cuerpo entero–, lo viste con sus mejores ropas, lo peina, lo afeita, le tapa los ojos con gotas de cera de la vela, le cierra la mandíbula con un trapo atado a la cabeza, coloca las manos cruzadas sobre el pecho y un crucifijo, enciende la vela bendita, deposita una bandeja con agua bendita y una hoja de laurel. Toda esta preparación conduce a la gauela –velatorio nocturno– que empieza con la puesta de sol y termina al amanecer. Durante toda la noche, la casa del difunto recibe visitas. Los parientes más cercanos realizan el velatorio durante toda la noche. Los vecinos se quedan hasta tarde. Mientras la gente entra y sale, reza el rosario, habla en voz baja, toma un refresco.

Al día siguiente tiene lugar el entierro –normalmente a última hora de la tarde. Por la mañana se reúnen los parientes próximos, rocían el fallecido con agua bendita y lo colocan en el féretro; mientras delante de la casa empieza a reunirse la gente del pueblo. También llega el sacerdote y el sacristán con el crucifijo de metal para recitar el Salmo de los Difuntos. Los anderuek –parientes cercanos y vecinos de una misma edad– son los encargados de cargar el féretro sobre los hombros hasta la iglesia, por los andabidiek –caminos que llevan a la iglesia y que los difuntos deben recorrer antes de ser enterrados. Así pues, empieza una procesión funeraria que va recitando estrofas del miserere, aunque en cada encrucijada, en la que se va uniendo más gente a la procesión, se recita también el Padre Nuestro.

La procesión sigue un orden concreto: el sacristán con el crucifijo con los monaguillos a los lados, el ataúd llevado por los anderuek, etxekojauna –señor de la casa–, los hombres del grupo doméstico, los hombres de la familia que no forman parte del grupo doméstico, los hombres de la parentela del difunto y los hombres que se sumen a la procesión. Detrás, siguen las mujeres del grupo doméstico, las de la familia que no forman parte del grupo, las mujeres de la parentela, las mujeres de auzokoak y las mujeres que siguen la procesión.

Cuando ésta entra en la iglesia, los hombres ocupan los bancos delanteros de ambos lados. Las mujeres van detrás, y donde van ellas el suelo de la iglesia está dividido en rectángulos –sepulturie– y cada uno de ellos está adjudicado a un caserío. Así pues, las mujeres se sientan donde se encuentra el sepulturie de su caserío.

Se coloca el féretro encima de una mesa tapada con un paño, ocupando un lugar central, con los pies del difunto en dirección al altar. El funeral puede ser de cuatro tipos diferentes en función de su coste: de primerísima, de primera, de segunda o de tercera. Lo que varía principalmente es la cantidad de velas, la música y escoger el sacristán. Normalmente, alrededor del ataúd se colocan: 4 velas de 75cm que rodean al difunto (en cada una de las esquinas); 2 velas, en su cabecera; 6 velas colocadas a su alrededor un poco más lejos (3 a un lado y otras 3 al otro). El sacerdote emite el canto fúnebre y el coro implora a los ángeles que se lleven el alma del difunto. Dos representantes entregan el pan y una cantidad de dinero al sacerdote. Finalmente, éste realiza vueltas al ataúd rociándolo con agua bendita, más incienso. Y finalmente se canta el Himno al Señor.

Después de la misa, vuelve a formarse la procesión para llevar el difunto al cementerio del pueblo. Aunque, antiguamente, el entierro se realizaba en la misma iglesia, en la sepulturía, espacio asignado a cada familia para sepultar a sus parientes. Los hombres entran en el cementerio junto con el sacerdote, mientras las mujeres se quedan fuera. El sacerdote reza las últimas oraciones para el difunto y un padrenuestro por todos los difuntos allí enterrados.

Antes y después de la misa, el sacristán se coloca en una mesa a la entrada de la iglesia para recoger los artu-emon: cantidad de dinero que donan los grupos domésticos que acuden al funeral y que se destinan a sufragar misas para el difunto. El sacristán es el encargado de listar los caseríos que donan y la cantidad de dinero, quedándose una parte para realizar las posteriores misas de difunto. Después del entierro, el grupo doméstico ofrece un banquete a los asistentes al funeral en el bar del pueblo.

Las ceremonias post-funerarias a lo largo de la primera semana después del entierro consisten en nueve misas por el alma del difunto, y colocar en la sepulturía un pañuelo y unas velas. La última misa, que cae en domingo, llamada argia, inicia el luto que durará todo un año y consagrará al difunto entre los antepasados de la familia.

Seqüència ritual

Breu anàlisi

El ritual funerario vasco tiene una duración aproximada de un año, desde el momento que la persona muere, hasta que acaba el periodo de luto. Durante este tiempo la persona fallecida, poco a poco, va alejándose de la vida terrenal y se adentra en el cielo de las almas. Mientras tanto los supervivientes realizan diferentes tipos de ceremonias con los que se intenta allanar el camino del finado hacia el cielo. Y ellos van alejándose de su ser querido, gradualmente.

La luz representada en algunas fases rituales está ligada al alma del difunto y a su resurrección, acompañada de otros símbolos como la cruz, rezos y salmos, distinguiéndose de los elementos simbólicos relacionados con el cuerpo o el cadáver, como el agua bendita, por ejemplo. De hecho, la secuencia ritual muestra cómo la persona fallecida va permutando a lo largo de los tiempos (de agonizante, a fallecido, cadáver, alma, difunto, antepasado), alejándose gradualmente de sus seres queridos. Es decir, cada tiempo representa un nuevo distanciamiento. Es así como los parientes vivos experimentan el duelo y asumen la muerte de su pariente.

El ritual se divide en tres tiempos. El primero, el de separación, es el momento en que el difunto empieza a agonizar y las personas que cuentan con una relación social con el grupo doméstico y con el difunto empiezan a reunirse para preparar el ritual funerario. El segundo tiempo, el liminal, se divide en seis fases y es el momento en que el difunto va pasando por diferentes estadios hasta convertirse en uno de los ancestros de la baserria. La primera fase es la gauela, donde el cuerpo del difunto es tocado por última vez para limpiarlo –física, social y espiritualmente. En este momento, se le cierran los ojos y la boca para no llamar a la muerte de nuevo. En la fase dos, se le coloca dentro del féretro y se le traslada de su baserria a la iglesia. El mismo se va alejando de su propio hogar. Por lo tanto, ya a partir de este momento ya no se le ve, sólo el féretro. La fase tres se realiza enteramente dentro de la iglesia, demostración de su posición social y económica en función de las luces y los cantos dedicados a él. Esta fase es primordial porque trata de elevar su alma que se desprende del su cuerpo, produciéndose la transmutación de su ser. De aquí la importancia de las velas, representación de la luz a la que debe dirigirse el alma, acompañada del verbo del especialista. La cuarta fase del tiempo liminal corresponde a la procesión que se lleva a cabo para trasladar el difunto al cementerio del pueblo, en la que se percibe el féretro por última vez. En la fase cinco, se realiza el banquete que unirá a los asistentes más cercanos al funeral y se establece quien asistirá a las siguientes misas. La última fase, la seis, corresponde al año de luto que atraviesa el grupo doméstico. El último tiempo, el de agregación, corresponde a su emplazamiento como antepasado en la baserria.

Es decir, el ritual tiene el objetivo de ayudar al alma del difunto para que ingrese en el cielo –hecho de suma importancia– ya que las almas en pena que todavía tienen asuntos pendientes vagan por las casas pidiendo ayuda a los vivos. La identidad del difunto es específica –recordándose el nombre y apellido– pero a medida que avanza el ritual y el alma se aproxima al cielo se le recuerda como un ancestro más de la baserria. Después del periodo de luto el difunto pierde el nombre y será recordado con el nombre del caserío.

Sin embargo, las relaciones sociales y vecinales juegan un papel importante en todo el ritual, mostrando el peso de este tipo de relaciones en la vida de la comunidad, regidas por todo un sistema de reciprocidad constante entre todas las unidades domésticas. La participación de estos en todos los tiempos del ritual es indicativa de las obligaciones de los auzokoak, a nivel del caserío. Las relaciones que se encuentran en estado de latencia durante el tiempo no ritual salen a la superficie y se actualizan en el momento ritual quedando así reforzadas. Los rituales funerarios, más allá de ayudar a la comunidad a tolerar la pérdida de uno de los suyos, también sirve para redefinir los lazos con los grupos domésticos. A través de las donaciones artu-emon se establecen relaciones de reciprocidad que se materializaran en un futuro con futuras defunciones.

Bibliografia

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Douglass, W. A. (2003 [1973]). Muerte en Murélaga. Irun: Alberdania.

Zambrano González, J. (2016). Cultura funeraria popular en España y su presencia historiográfica. En J.A. Peinado Guzmán y M. A. Rodríguez Miranda (Coords.), Meditaciones en torno a la devoción popular (pp. 514-532). Córdoba: Asociación “Hurtado Izquierdo”. Recuperado de https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/5595061.pdf

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